jueves, 18 de febrero de 2010

Vivenciando el Bicentenario 2010


Vivenciando el Bicentenario 2010, recuerdo hoy conmovida con gran afecto y cariño a quien considero también amigo y uno de mis grandes maestros en el ámbito de la transformación del Liderazgo Emprendedor, educacional, empresarial y actualmente político el Dr. Fernando Flores,
uno de los Fundadores de la disciplina del Coaching Ontológico que está basada en más de cuarenta y cinco años de investigación y trabajos garantizados por su mentor.
Su identidad y trayectoria es muy rica y sabia, describirla llevaría muchas páginas de trabajos exitosos realizados y de transformaciones culturales sucediendo en Chile y también en varios países relevantes del mundo, gracias a sus aportes de trabajo y quehacer cotidiano. No es fácil para mí describir a una persona que a mi juicio admiro y respeto, por ser un gran Líder Internacional produciendo grandes transformaciones culturales en diferentes ámbitos y actualmente en la política por el bien en común, quehacer que parece escaso en los días de hoy, en el ser del liderazgo en general.
Su "Ser" ha tocado mi alma así como se abre la flor en el tiempo de su renacer, ayudando a comprometerme aún más con mi país y con mi profesión: Técnica en Liderazgo y Diseño Ontológico, produciendo una apertura y un gran compromiso con la transformación educacional y cultural de nuestro querido país. Gracias a su compromiso conmigo y con Argentina ha dejado una huella en las universidades como la San Andrés y otras Instituciones relevantes,aportando el compromiso e incentivo de la cultura emprendedora, la innovación en las transformaciones y su liderazgo. Las grandes transformaciones ocurren a través de un nosotros comprometido con el cambio de la realidad y de las prácticas cotidianas implícitas en nuestra cultura, creando una nueva cultura de ser.
Como dice el autor: “Los futuros los podemos inventar" y esos nuevos futuros no están determinados por el presente circunstancial que ya está pasando. Este futuro no lo podemos controlar, lo que si podemos es, ser protagonistas de los mundos que podemos transformar y crear. La reinvención como la posibilidad de recrear nuestra identidad, en la autenticidad y compromiso con el ser, en vez de conformarnos con los juicios que limitan nuestra manera de ser y de accionar, dejándonos en el sin sabor del no ser.
Estas reflexiones nos abren la posibilidad de vislumbrar una Argentina próspera en su bicentenario que nos abra a nuevas posibilidades de compromiso, acción y en solidaridad con nuestra comunidad y país.
Es por ello que les sugiero este artículo del Dr. Fernando Flores como parte de su compromiso con el Bicentenario y de su celebración. Fue escrito hace diez años atrás con la vigencia de un visionario que siempre se antecede a su tiempo histórico, para mostrarnos en el año 2010 su claridad con los nuevos futuros.

Vivenciando el Bicentenario y de su importancia.

Ensayos en el diario de Chile : La Tercera
17 de Diciembre de 2000.
El tango impregna nuestra identidad
La vinculación entre identidad nacional y tango no es trivial.
Nos encontramos con nuestra identidad más en la práctica
que en la teoría y el tango es, primero que nada, la práctica de un baile que superó su condición de folclor para convertirse en un arte universal.
Por Fernando Flores, ingeniero civil y doctor en filosofía
Debemos prepararnos para celebrar el bicentenario de nuestra independencia. En septiembre del 2010, no sólo estaremos festejando glorias pasadas. En lo principal, estaremos proyectando el futuro. Para ello, tendremos que rescatar prácticas perdidas en la carrera hacia la modernidad. Una de esas prácticas es el tango. Este, para nosotros, se ha hecho algo lejano, pero estoy seguro que si nos internamos, sin prejuicios, en la conciencia nacional profunda nos encontraremos con mucho tango. Este fenómeno misterioso y de múltiples resonancias -que, en apariencia, es sólo argentino- se nos ha metido en los huesos de nuestra identidad nacional: uno de los más bellos tangos compuestos por Santos Discépolo le canta al "Carillón de la Merced"; la opa de Pablo Neruda es una mina inagotable de inspiración para el tango (gran parte del éxito mundial de la película "Il postino" se debe a las escenas donde aparece Neruda bailando "Madreselva" en un estilo piazzollístico y sutil); el mismo Astor Piazzolla compuso tangos para películas chilenas y para un poema de Neruda a Matilde Urrutia. Todos estos personajes -para mayor abundamiento- comparten un padre de la patria en común: José de San Martín.
Sin que me diera cuenta, mi niñez y mi juventud fueron acumulando compases de tango. Pero lo que me hizo sentirlo como propio fue el éxito que alcanzó en EE.UU. Yo vivía en Berkeley, era 1984, cuando el tango comenzó a invadir Broadway, Londres y París. El viejo tango triunfaba en el primer mundo, a pesar de los deterioros y el olvido que lo amenazaban en la ribera del Plata. Al igual que todos nosotros, había sufrido represión en sus países de origen. Fue en ellos donde llegó a prohibirse "Cambalache" y otras letras. Pese a todo, logró convertirse en un atractivo universal que superaba con creces a su primo bastardo, el tango hollywoodense.
En mis años de exilio forzado en EE.UU., sentí el imperativo de reencontrarme con mis raíces. En esa búsqueda, me aferré a estilos arquitectónicos, a nuestra gastronomía, a la música y al baile. Desde California miraba al sur y México se ganó mi corazón y el de mi familia. Sin embargo, el tango me habla de algo más profundo que de mi identidad de ciudadano del Cono Sur. Recuerdo la definición que del tango hacía Jorge Luis Borges: "El tango es un sentimiento triste que se baila". Desde esta clave borgiana, descubrí que el tango ya estaba en mí para hablarme de algo íntimo de nuestro carácter. Me di cuenta que el tango tiene algo misterioso, trágico y profundo que, a pesar de haber nacido en la ribera del Plata, se había encarnado también en el Chile de mi juventud, en la Talca de mi infancia. La tragedia del tango no impregna de tristeza estos recuerdos, pues la felicidad no está excluida del tango. Por el contrario, la felicidad que habita en el tango se toma en serio la limitación y la mortalidad humana. Es, entonces, la forma más auténtica de felicidad. Si la lírica del tango, a veces, no refleja esto, es porque su realidad esencial está en la danza y en la música.
Al celebrar los 200 años de la independencia, no sólo debemos conmemorar hechos pasados. La principal tarea del Bicentenario es proyectar nuestra identidad al mundo y rescatar aquellos valores que nos permiten conjugar nuestra solidaridad y unidad nacional. En esta labor nada sopa: debemos contar con la gastronomía, el baile, la música. Todo esto nos inmunizará frente al desatino de quienes intentan apropiarse en forma mecánica del blue jeans o del rock and roll. Es cierto que los Beatles y Elvis Presley tienen ganado parte del corazón de muchas generaciones de chilenos, pero no son capaces de darnos identidad propia. Otros pueden pensar que los éxitos resonantes que Lucho Gatica, Antonio Prieto y Mona Bell obtuvieron en el México de los '50, nos pueden otorgar identidad nacional. Sin embargo, presiento que esto no es verdad, porque esos boleros ya tienen identidad cubano-mexicana y eso se nota cuando un estadounidense decide cantar alguno de ellos. Con todo, reconozco en esos boleros un elemento relevante de nuestra cultura. La vinculación entre identidad nacional y tango no es trivial. Nos encontramos con nuestra identidad más en la práctica que en la teoría y el tango es, primero que nada, la práctica de un baile que superó su condición de folclor para convertirse en un arte universal. Así, el tango representa nuestra identidad ante el planeta completo. Es una identidad que jamás será barrida por la globalización, porque ya forma parte de la globalización. Cuando finlandeses, japoneses o alemanes bailan tango lo sienten como algo propio: a partir de su origen popular y local fue capaz de impregnar el imaginario mundial. Es un fenómeno ciudadano, como el jazz, y tan potente como el flamenco andaluz. Astor Piazzolla tomó esta herencia y la posicionó entre las cumbres de la música clásica mundial. Por todo esto, deseo incorporar este arte como una de las expresiones de nuestra identidad con la mirada puesta en el bicentenario. Sería un acto de justicia hacia nuestra calidad de ciudadanos del Cono Sur. Veríamos aparecer así parte de nuestra identidad amplia. No es descabellado luchar para que Santiago -fuera de ser un centro financiero para Latinoamérica- sea la sede de una cumbre de tango que reúna a argentinos, uruguayos y chilenos. Esto sí sería tomarse en serio nuestro ser parte del Cono Sur.
Bailar tango es reproducir el juego amoroso en forma sublime, más allá del mero romanticismo. Para ello, el tango es capaz de hacer suya la dialéctica de la pareja humana con sus instantes de agresión y ternura, de velocidad y lentitud. Al bailar, hombre y mujer, deben procurar la sutil coordinación y comunicación que son necesarias para lograr una larga y feliz vida en común. Esto es lo que otorga seriedad al tango y lo distingue de los demás bailes, pues exige compromiso y concentración superiores. Sus pasos son exigentes y no se prestan para la espontaneidad mediocre de los ritmos de moda que traen los veranos. Bailar tango es bailar la vida.
En la historia del tango la contribución de nosotros como chilenos es marginal. Con todo, es esa tristeza fría del Cono Sur -presente en la opa de todos nuestros poetas- la que constituye desde el alma una comunidad de espíritu y sentimientos entre Río Negro y Chacabuco; entre San Martín y O'Higgins.
Publicado por Ana Lepri. Equipo Mujer y Liderazgo

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